jueves, 21 de abril de 2016

El cuerpo del hombre abducido apareció regurgitado en un campo de alfalfa al sur del bosque del templo, lejos del recorrido del veedron. Lo delató un penetrante olor a mieles marchitas. Muerto no estaba, pero sí felizmente catatónico, en los meros huesos, sorbido hasta el tuétano. Tenía los ojos clavados en su entresijo, léase "mundo interior". La boca desfigurada a besos trazaba un singular sonrisa. Las manos convertidas en estrellas peregrinas. Largo de tronco y corto de piernas, rígido, como si no hubiese regresado de un inconcebible estiramiento. En ropa interior y con unos zapatos prestados o robados, grandes y nuevos, como para andar entre nubes. Los detectives perdieron su tiempo haciéndole preguntas. 
(Esta historia empezó hace cuatro entradas y continuará)



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