jueves, 18 de octubre de 2012


Mientras recogía los aparejos de pesca, una sonrisa se dibujó en su rostro. Con la sonrisa puesta se paseó frente al jardín de las curiosas que quedaron con la mandíbula desencajada un instante y luego continuaron su bisbiseo interminable. 

Este matacho parecía no tener salvación, pero aparecieron los penachos. Las flores más bien sosas adquirieron un talante un poquito ridículo y dicharachero. Ahí mismo quedaron a la espera del paseo del comunicador-pescador para despellejarlo vivo ("otra vez esa amargura", "de decepción en decepción", "qué
mala cara tiene, por todos los dioses", etc.), pero su sonrisa invencible las desconcertó inicialmente y luego se convirtió en la jugosa fruta madura del chisme.



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