sábado, 17 de noviembre de 2012


Entretanto, en otra esquina de la mente del dibujante, donde también todo ocurre de manera simultánea, otra ciudad es sepultada lentamente por la arenas del desierto y sus habitantes tratan de asegurar la alegría de estar vivos erigiendo enormes tanques de almacenamiento de agua potable y manteniendo  impecablemente libre de arena el monumento de la flor carmesí. La grúa de su puerto se instala frente al desierto a la espera de un improbable cargamento. El poeta mira hacer al desierto asomado a la ventana.

Ni modo, siempre aparecen ciudades en la libreta. Esta fue surgiendo mientras era cada vez más evidente que el trancón en la vía al aeropuerto me iba a hacer perder el vuelo Lima-Bogotá. Mientras el tiempo corría más rápido que las ruedas, por la ventanilla del taxi empezaron a pasar a distancias variables, lentamente, los enormes tanques cubiertos de polvo. Después, desde la ventanilla del avión que logré abordar en el último minuto, vi este paisaje desde las alturas y tuve la certidumbre de que el polvo finalmente se comería toda la ciudad. 


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