sábado, 31 de mayo de 2014



El perricornio volador llega al lugar seguro. Tras superar los tres islotes podrá desprenderse del aparatoso tren de aterrizaje y correr por la playa de arena profunda sintiéndola con las delicadas almohadillas de las patas mientras hace cabriolas y dibuja con sus huellas autorretratos, hasta llegar a la verde piscina de aguas termales para poner en remojo las alas y ver entre sus vapores las cúpulas blancas, tersas y garabateadas de riachuelos de lapislázuli de los templos de la ciudad donde anida su felicidad.

Lugar visitado mientras recibía la visita de mi querida odontóloga a la penúltima de mis muelas abajo a la derecha y me iba ahogando lentamente mientras ella trabajaba con cada vez más dispositivos dentro de mi boca y se demoraba y se demoraba...




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