lunes, 3 de marzo de 2014


Flotando sobre los edificios del norte bogotano una mañana reciente, sostenido por el hilo de la memoria, el cuarto de la abuela, el de las primeras letras para describir el mundo dispuestas para mí en la cartilla Charry (que la abuela señalaba con su dedo nudoso mientras las nombraba), el de la máquina de coser Singer y sus arrullos intermitentes (y su rueda que cuando la abuela no la estaba usando servía para conducir automóviles), el de los suspiros del viejo Káiser durmiendo sobre el pie de cama (claro que ahora que escribo recuerdo que Káiser era negro y que el dibujado es Johny, blanco y caramelo, un perro que tuvimos después), el del lugar secreto del arequipe, el de las fiebres de la infancia.

Otro matacho que fue revelándose en mi libreta durante la reunión de "Saberes y prácticas en educación inicial", por aquello de los objetos portadores de memoria que fueron expuestos. Notas: sigo sin encontrar la cartilla Charry en la que mi abuela me enseñó a leer y que debe estar en algún anaquel de mi casa.


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