Y claro que sí. De un momento a otro, aquello atrapado en la campana de la invisibilidad tuvo fuerza para salir volando. Aleteó y cogió colores y alborotó el cuarto lleno de oscuridad y la conversa empezó a fluir, las piezas a encajar.
Este par de matachos se tomaron páginas sucesivas de la libreta, no enfrentadas como casi todos los anteriores. Fueron sobreimponiéndose a las notas que usurpaban esas páginas, de esas que se toman de afán y mueren un minuto o un día después. El pajarraco enjaulado y el pajarraco libre comparten la posición del ojo.
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